
Había una vez un panadero llamado Antonio que vivía en Buenos Aires. Él era alto, ojos verdes y pelo negro. Iba siempre en una furgoneta roja llena de pan por la mañana. Repartía por un barrio muy conocido. Allí todo el mundo le pagaba y no le dejaba a deber nada y una vez llegó un hombre que se mudó allí; le pidió muchas barras de pan y un montón de roscón de reyes y no le pagó. Él, que contaba con esos ciento cincuenta euros no llegó a final de mes y a los cuatro meses se cruzó con él en un sipermercado y se quedó mirándole fijamente a los ojos y reconoció a su padre. Se abrazó a él y empezó a llorar. Pensaba que era un estafador.
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